Si José María Sobral no hubiese sobrevivido a su aventura antártica, yo no existiría.
Mi historia con la Antártida comienza en diciembre de 1901, cuando el joven Sobral se embarcó rumbo al Polo Sur como parte de la expedición científica del sueco Otto Nordenskjöld (1901-1903). Con él, la Argentina ponía por primera vez su pie en el continente blanco. Lo que debía ser una misión científica se transformó en una épica de supervivencia, y Sobral en el primer argentino en pisar e invernar en la Antártida.
Crecí con esta historia. En la escuela, en casa, en los relatos familiares: el prócer antártico era mi bisabuelo. Leí varias veces su libro Dos años entre los hielos (1901–1903). En el prefacio descubrí una suerte de señal: “Todas las fotografías en esta obra fueron tomadas y reveladas por mí”. En las páginas finales, otra cuando se adelanta al futuro de la Antártida: “La humanidad se instalará allí”. Su certeza era apenas cuestión de tiempo.
Un siglo más tarde, siguiendo ese legado, me aventuré a buscar y retratar aquel futuro en el último rincón de la tierra. Un nuevo capítulo de la misma historia.
El resultado, un puñado de fotografías tomadas en la Antártida, a bordo de un buque polar de la Armada Argentina y en la Base Esperanza, durante cuarenta días de campaña, entre enero y marzo de 2022.
Como un incalculable tesoro, el vasto continente polar reserva el setenta por ciento del agua dulce del planeta, además de una maravillosa cantidad de recursos minerales y un montón de misterios ocultos.
El tratado antártico establece, entre otras cosas, que de la Antártida no se puede extraer nada, y tampoco militarizarse: es un continente dedicado a la ciencia, la investigación y la paz. La Antártida es de todos y no es de nadie. ¿Qué bien suena cierto?
En el mientras tanto, me pregunto qué sucederá cuando las partes reclamen con hambre, su porción del pastel.
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Tras el rescate de los náufragos de la expedición de Nordejkjold, Jose Maria Sobral, con apenas 24 años de edad, renunció a su cargo en la Armada, publicó su libro “Dos años entre los hielos, 1901-1903” y partió hacia la la ciudad de Upsala, Suecia, para estudiar geología. En aquel entonces, 1904, esa carrera aún no existía en la Argentina. Finalmente para el año 1913 se convirtió en el primer geólogo argentino.
Sobral se casó con una sueca con la que tuvo nueve hijos, uno de ellos, mi abuelo. Vivió una larga vida dedicada a la ciencia y la investigación geológica. En los últimos años de su vida, lo rescataron del olvido y le reconocieron con honores su proeza antártica. Aunque lo intentó varias veces, nunca más regresó a la Antártida. Murió en la ciudad de Buenos Aires, el mismo día que cumplió los 81 años.